domingo, 10 de mayo de 2015


  • esto es lo que quedo de mi








Escamoso. Sublime cuerpo volador de acero.
Ojos fríos como el hielo. Sus garras son hojas de cristal.
Al levantar la voz, pronunciase Rey del mundo entero.
Un eterno amasijo de dientes, de furia y de mal.
Sea pueblo o villa. Sea reino o comarca.
Por todos es temido. Y es bien sabido
Que no hay caballero en ningun castillo
Que, con su espada, pueda hacerle marca.
Milenario, sobrevuela como un halcón,
Nadie jamás lo vio tocar tierra.
Quizás posarse, de la torre, en el balcón
A disfrutar de su grito y a quienes aterra.
Viejo vanidoso Dragón, que nunca usó el fuego.
“Lo reservo, aún no me hace falta”. -Se decía-.
Pues era consciente de que se acercaba el día
En que la gente, abajo, dejaría de tenerle miedo.
Uno pintaba cuadros, otro componía poemas.
Todos sufrían con la imágen del pueblo en llamas,
Pues en los bares no se hablaba de otros temas.
Ya no del terror al Dragón, sino a sus flamas.
Para acabar de aumentar del Dragón su ego,
Algunos inconscientes incluso lo llamaban Infierno.
Aunque hiciese frío. Aunque fuese invierno,
Todos sudaban al escuchar la palabra “Fuego”.
Dicen que un suspiro suyo atraviesa carne y hueso.
Que sus entrañas son horno de piedra sin final.
Que la mayor atrocidad es caer en sus garras preso,
¡Ni una eternidad en el Limbo se le podría igualar!.
Pero existe un muchacho, valiente de corazón,
Que ni cuentos ni historias le infunden pánico.
Y viéndo un acabose de su pueblo, muy trágico,
Decidió salir, encontrar y dar caza al Dragón.
Quien pudiera imaginar las penurias y problemas,
Las noches sin dormir con el frío calándole la piel,
Los peligros, las aventuras. Pero son otros temas.
Lo importante es que, finalmente, dio con él.
“Vengo a hacer justicia por mi pueblo y mi nación.
A que te consumas en el sueño eterno.
Y aunque como reza tu nombre, seas el mismo infierno,
Ha llegado la sucia hora de darte muerte, Dragón.”
Rió, aúnque asombrado, por la ferocidad de aquel chiquillo.
¿Pues qué haría con un Dragón de tal envergadura
Un muchacho, valiente, pero con una triste armadura
Y un espada más pequeña que su más diminuto colmillo?
El joven desenvainó su espada. El Dragón erigió su figura.
El cielo tronó con voz ronca. El suelo tembló con bravura.
Las nubes lloraban mares, por el joven y su desgracia,
Mas ni él sabía que su sino, cambiaría, como por arte de magia.
Embistió el Dragón con espíritu de diez carros de batalla.
Como un tornado salido de las entrañas del averno.
Levantose sobre sus patas traseras, y arqueando el cuello,
Mostró la silueta de un dios de la destrucción donde los haya.
Un temblor en la garganta escamosa precedió su ataque.
Levantándose. Hinchándose. Cogiendo una bocanada,
Rugió ¡y de su boca más que fuego salió!… ¿Nada?
Se creyó sus propios cuentos, quedando fuera de combate.
Y entonces el muchacho lo vio claro y oportuno.
Que un reptil ni escupe fuego, ni es un dios salido del Sol mismo.
Y corriendo, blandiendo su espada, olvidando el mundo.
De una estacada, arrebató su aliento y lo envió al abismo.
Volvió siendo un hombre. Más que un hombre una leyenda.
Reluciente, en el cuello, un colgante en forma de colmillo
Para no olvidar que tan solo era un chiquillo
Cuándo emprendió, sin dudarlo, tal hacienda.
Lo recibieron entre murmullos, gritos y ovaciones.
Fue reconocido como libertador de su pueblo.
Y, por ende, fue premiado con galones,
Y por el respeto de quien lo consideró muerto.
Ahora mira al cielo, humilde, y sonríe con razones:
Sabes que siempre será el primero de la gesta Cazadragones.
                                                                                                    -Zamhax